La visita al Perú del cantautor cubano Silvio Rodríguez, tótem sacro de la nueva trova, ha puesto de manifiesto una vez más la grave confusión existente alrededor de los límites de los géneros musicales-literarios. Obnubilados por su admiración a Rodríguez, no pocos lo han ungido como poeta. Otro tanto ocurre con sus análogos Pablo Milanés, Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat. Pero la pregunta de fondo es: ¿son estos cantautores realmente unos poetas?
Ya lo había advertido, en 1936, el filósofo alemán Johannes Pfeiffer: “La poesía es arte que se manifiesta por la palabra, como la música es arte que se manifiesta por los sonidos”. Tales son las primeras líneas de su difundido breviario “La poesía” (Fondo de Cultura Económica, México, 1959).
No le faltaba razón: no todo lo que se escribe (o publica) en yambos cortados es poesía. Ergo: las letras de las canciones no son poemas. Aunque esto llame a lamentos a los fanáticos de Silvio, Pablo, Sabina o Serrat. Que a estos caballeros se les llame poetas por hacerles un cumplido, pase, pero de allí a creer que sí son poetas (e incluso que publiquen libros bajo este rubro agrupando sus canciones) es un abuso.
Los que sostienen tales agravios a la poesía deberían atender la confesión del escritor español Enrique Vila-Matas, quien aguantando la respiración admitió que no siente pena por no escribir poesía.
"No tengo ningún sentimiento de desgracia por no ser poeta. Pasada la angustia inicial de no ser poeta, ahora no tengo ningún problema, porque tengo una mirada poética sobre lo que cuento. Otra cosa es que practique la poesía", dijo a Efe durante el encuentro Correntes d’Escritas, celebrado hace unas semanas en Portugal.
Pero por estos subdesarrollados reinos hay quienes no quieren entender que la poesía es un género literario proveniente de la lírica, cuya composición admite una musicalidad intrínseca y se basta con la palabra escrita. Las letras de las canciones, en cambio, están aherrojadas a la melodía y forman parte indisoluble de las mismas. Que las podamos leer en las fundas de los cedés no las convierten en poemas.
Quizá la razón de tan confusa gresca se deba a los orígenes del género. La poesía nació en forma de canción para servir como una invocación musical de carácter mágico-religioso. En Grecia antigua la poesía estuvo ligada a la música y ni una cosa ni la otra existían independientemente. Es en la Edad Media que el género empieza a perfilarse como escrito, aunque aún conservaba reminiscencias de su pasado musical. No otra cosa son las figuras de sonido, como la rima, usada quizá con fines mnemotécnicos. El desarrollo de la imprenta, a su vez, acentuó los confines de la poesía como género escrito.
Los propios poetas, con más arte que ciencia, al dar definiciones ingeniosas de su labor –inefable por lo demás— quizá hayan contribuido a desparramar confusiones y hacer creer al lego que toda frase provista de cierta “profundidad” es poesía. Dylan Thomas solía decir: “Estoy de acuerdo en que las canciones de music-hall pueden ser poesía, y de la buena –también las coplas de salón o bodega--, pero no creo que los versecillos de las galletas lo hayan sido jamás”. Esto, claro está, es pura ironía, no una frase para fundamentalistas.
AH, ESOS MÚSICOS
Pero la más audaz incursión de un género dentro del otro la ha protagonizado el español Joaquín Sabina al editar varios libros que pasan por poesía, como “Ciento volando” (2001, editorial Visor, España), aunque aquí la materia del libro la componen sonetos de desigual efecto. A este volumen le han seguido los que compilan sus trovas (por ejemplo “Con buena letra” I y II), que sus seguidores, despistados, toman también por poesía.
Por amistad y quizá genuina admiración, un poeta español hecho y derecho como Luis García Montero prologa “Ciento volando”, trasvasando, sin querer, su fama poética al cantautor, aunque se cuida de licuar las fronteras entre poesía y canción.
García Montero dice de Sabina que “Sus saberes literarios, sus lecturas de Quevedo o de César Vallejo, le facilitaron los recursos imprescindibles para escribir algunas de las mejores canciones de la segunda mitad del siglo XX, pero también le hicieron comprender las diferencias que hay entre un poema y una canción”. Aunque inmediatamente incurre en la permisividad, al señalar que: “Sabina es cantante y poeta. Por ajustar más: no un cantante metido a poeta, sino un poeta metido a cantante”. García Montero alude aquí al pasado “poético” del cantautor, de trascendencia insignificante por lo demás: el volumen “Memoria del exilio” (Londres, 1976), que Sabina usó más tarde para su primer álbum.
Pero, dándole la contra a sus prosélitos, en la biografía sobre Sabina que ha realizado Javier Menéndez Flores, el mismo compositor establece las diferencias entra letra de canción y poema: “No me engaño sobre estos textos: fueron escritos para ser cantados. Me temo que leídos resulten desabridos como puchero de pobre; echan de menos la voz y la guitarra. El exilio y la impotencia son culpables de que se editen en forma de libro...”. Más claras ni las mañanas.
NUEVA TROVA, VIEJO TRUCO
La siempre arbitraria y consultadísima enciclopedia on line Wikipedia, cuya autoría y responsabilidad intelectual es anónima, opina con dudosa sapiencia que Silvio Rodríguez es “Músico, poeta y cantautor cubano”. ¿Poeta dijo? Sí, y lo repite aporreando todos los tratados serios sobre el carácter de la poesía: “Silvio es un poeta en todo el sentido de la palabra. Su poesía es lúcida, inteligente, capaz de llevar a la movilización y a la conciencia social”, Ah, ya.
Que el vulgo crea semejantes necedades es una cosa, pero que entendidos en la materia como Mario Benedetti opinen que Silvio Rodríguez es el "poeta que canta" (tal como figura en una publicación de Radio La Habana), sólo podemos tomarlo como un elogio, no como un axioma. Otro tanto ha ocurrido con Pablo Milanés, el otro cubano cultor de la Nueva Trova, que también ha sido traído y mal llevado como “poeta”.
Pero, felizmente, hay cubanos sapientes que han puesto la música en su sitio. En el “Diccionario de la música cubana” (Letras cubanas, Cuba, 1981), el musicólogo y estudioso Helio Orovio clasifica a Silvio y Pablo como compositores y no como poetas. En la misma ruta, otro estudioso cubano, Leonardo Acosta, señala enfático que la Nueva Trova no desciende del trovador provenzal (antecesor de la lírica) ni del griot africano, el antiguo trovador de ese continente, sino de la trova tradicional cubana, un movimiento musical mas no poético. Y Acosta fija un claro antecesor del movimiento musical cubano: el compositor, cantante y guitarrista Sindo Garay (1867-1968); sí señores, un músico, no un poeta. Lo dice en su libro “Del tambor al sintetizador” (Letras cubanas, Cuba, 1983).
Parece que muchos seguidores de la Nueva Trova no se resignan a que sus cultores sean sólo unos extraordinarios compositores y músicos; quieren para ellos la medalla de poeta. Mala suerte, no les corresponde.
Otro más a quien persigue el espejismo de una dudosa condición de poeta es el español Joan Manuel Serrat. Con él ocurre que obtuvo una celebridad ecuménica gracias a dos discos “literarios”; en 1968 con “Dedicado a Antonio Machado” y en 1972 con “Miguel Hernández” dedicado al poeta español. Pero confesemos, en honor al talento, que hay letras que nos dejan perplejos. Es el caso de “Mediterráneo”, una composición de Serrat para el disco del mismo nombre, cuyas alturas están casi a la par de la poesía.
Para finalizar, un consejo. No hay que hacerle caso del todo a los poetas, pues si nos apegamos a la universal rima de Gustavo Adolfo Bécquer: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas / en mi pupila tu pupila azul. / ¿Que es poesía?, Y tú me lo preguntas? / Poesía... eres tú”, poesía somos todos, pero no es así. Una pena.
ENRIQUE SÁNCHEZ HERNANI
(Publicado en el suplemento El Dominical, del diario El Comercio, el 25 de febrero último)