La comunicación imposible

Intentos y otros

05 abril, 2009

Jardines de Kyoto

Después de pasar dos días recorriendo la ensenada de Otsu, he reavivado mis ganas de hallarme entre flores y poesía. Así llego a puertas de la capital, justo cuando las festividades de tsukimi han llevado a una multitud sobre los jardines de árboles de cerezo. Me pierdo durante la tarde entre los niños y mujeres que ofrecen dango a los extraños como yo, y cuando anochece, me recuesto sobre la hierba para ver a la luna llena. Bajo esta comunión, siento calma para compartir con la gente que me acompaña; así, de improviso, digo este poema:

Terco resplandor
en el cielo:
compañía del conejo.

Un hombre, que ha bebido demasiado, responde con la siguiente estrofa:

Vuelvo y vuelvo;
la noche se escapa
de mi sakazuki.

Muchos de los allí presentes ríen a placer. Ante eso una mujer, que está acompañada por dos niñas, replica con voz firme:

Nada se puede asir:
abajo el cinturón,
arriba la luna.

La gente celebró esta última intervención con otro estallido de carcajadas. Después de esto, con la algarabía propia de la fiesta, bailamos y cantamos.
Cansado, hallo posada cerca de Rokuonji. Con una sonrisa cierro los ojos y pienso: mañana habrá peregrinaje.

Por el pequeño sendero interior

Tenue sombra

Temprano veo cómo las olas golpean las rocas con parsimonia y elegancia. El bamboleo de la nave que me transporta va acompañado de una melodía insospechada que nace en alguna parte de la ribera. Avanzamos sin apremio mientras los pocos pasajeros charlan y comparten la merienda. Yo observo la escena sin intervenir, hasta que una graciosa niña me ofrece un onigiri. Acepto complacido y de improviso la niña nos recita lo siguiente:

Mitsue canta al lago
y la barca
baila sorprendida.

Llegamos a la bahía de Otsu con los primeros vientos de la tarde. La dulce niña se despide de mí haciendo reverencias, como si fuera un santo. Sonreímos juntos y decimos adiós.
Sabiendo que en el templo de Gichuji se guardan los restos de Kiso Yoshinaka, pido que me señalen el camino para rendir las devociones pertinentes. La vida es para el guerrero la propia muerte, no por desprecio al hombre sino por amor infinito a él.
En el santuario enciendo osenko y medito hasta el anochecer; al retirarme dejo estos versos al pie de la piedra donde se lee el nombre del combatiente:

El poeta venera
a la tenue sombra.
Idéntica tumba.

Por el pequeño sendero interior