Jardines de Kyoto
Después de pasar dos días recorriendo la ensenada de Otsu, he reavivado mis ganas de hallarme entre flores y poesía. Así llego a puertas de la capital, justo cuando las festividades de tsukimi han llevado a una multitud sobre los jardines de árboles de cerezo. Me pierdo durante la tarde entre los niños y mujeres que ofrecen dango a los extraños como yo, y cuando anochece, me recuesto sobre la hierba para ver a la luna llena. Bajo esta comunión, siento calma para compartir con la gente que me acompaña; así, de improviso, digo este poema:
Terco resplandor
en el cielo:
compañía del conejo.
Un hombre, que ha bebido demasiado, responde con la siguiente estrofa:
Vuelvo y vuelvo;
la noche se escapa
de mi sakazuki.
Muchos de los allí presentes ríen a placer. Ante eso una mujer, que está acompañada por dos niñas, replica con voz firme:
Nada se puede asir:
abajo el cinturón,
arriba la luna.
La gente celebró esta última intervención con otro estallido de carcajadas. Después de esto, con la algarabía propia de la fiesta, bailamos y cantamos.
Cansado, hallo posada cerca de Rokuonji. Con una sonrisa cierro los ojos y pienso: mañana habrá peregrinaje.
Terco resplandor
en el cielo:
compañía del conejo.
Un hombre, que ha bebido demasiado, responde con la siguiente estrofa:
Vuelvo y vuelvo;
la noche se escapa
de mi sakazuki.
Muchos de los allí presentes ríen a placer. Ante eso una mujer, que está acompañada por dos niñas, replica con voz firme:
Nada se puede asir:
abajo el cinturón,
arriba la luna.
La gente celebró esta última intervención con otro estallido de carcajadas. Después de esto, con la algarabía propia de la fiesta, bailamos y cantamos.
Cansado, hallo posada cerca de Rokuonji. Con una sonrisa cierro los ojos y pienso: mañana habrá peregrinaje.
Por el pequeño sendero interior
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