Perú: jóvenes y poesía de hoy (pequeña muestra recreativa). José Agustín Haya de la Torre
José Agustín Haya de la Torre. Lima, 1981. Bachiller en Literatura peruana e hispanoamericana por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado Canto de la herrumbre (Lustra editores, 2006) y es editor de la revista Distancia Crítica.
Sombra
Sobre la noche miraba cada paso y el resonar de las hojas secas. La yerba húmeda no lo detenía. Miraba a todas partes y apuntaba con mortal certeza. No la encontraba. La sentía, la tocaba y en ella se reconocía.
Cada paso era un aproximarse. Cada paso era seguir a la misma distancia y a veces era alejarse. Pero ahí estaba. Él lo sabía.
Se movía con la misma precisión que él. Anticipaba todos sus movimientos. Era especular. Ligera y tan semejante. Las pulsaciones tenían exactamente el mismo ritmo: agitado el aliento, ambos se detenían.
Todas las noches lo percibía: era imposible cazarla. Era una lucha que él siempre perdía. No entendía cómo era posible que le perteneciera y no poder librarse de ella tan sólo por un instante.
La luna era su aliada y su estigma. Los árboles eran sus aliados, pero la ocultaban. Su cuerpo la reconocía tan íntimamente que sabía cada lugar en el que podía esconderse.
Sólo estar apartado un instante. Verla como la otra persona que puede ser. Como ese ser que nos acecha y que vive en nosotros.
Disparar era inútil. La amalgama de la realidad era su defensa.
Pero una noche colocó un espejo en el lugar más inesperado: delante de sí. A la hora acostumbrada se dio la cita. Fue impresionante: era un destello, en todo momento supe que era yo. El disparo resonó.
Nunca más volvió a tener que perseguirla, pues siempre dormirá con ella.
Sobre la noche miraba cada paso y el resonar de las hojas secas. La yerba húmeda no lo detenía. Miraba a todas partes y apuntaba con mortal certeza. No la encontraba. La sentía, la tocaba y en ella se reconocía.
Cada paso era un aproximarse. Cada paso era seguir a la misma distancia y a veces era alejarse. Pero ahí estaba. Él lo sabía.
Se movía con la misma precisión que él. Anticipaba todos sus movimientos. Era especular. Ligera y tan semejante. Las pulsaciones tenían exactamente el mismo ritmo: agitado el aliento, ambos se detenían.
Todas las noches lo percibía: era imposible cazarla. Era una lucha que él siempre perdía. No entendía cómo era posible que le perteneciera y no poder librarse de ella tan sólo por un instante.
La luna era su aliada y su estigma. Los árboles eran sus aliados, pero la ocultaban. Su cuerpo la reconocía tan íntimamente que sabía cada lugar en el que podía esconderse.
Sólo estar apartado un instante. Verla como la otra persona que puede ser. Como ese ser que nos acecha y que vive en nosotros.
Disparar era inútil. La amalgama de la realidad era su defensa.
Pero una noche colocó un espejo en el lugar más inesperado: delante de sí. A la hora acostumbrada se dio la cita. Fue impresionante: era un destello, en todo momento supe que era yo. El disparo resonó.
Nunca más volvió a tener que perseguirla, pues siempre dormirá con ella.
(Inédito)
1 Comentarios:
A la/s 4/4/07 6:14 p. m., Nerte dijo...
Otra vez consigues emocionarme, es estupendo.
http//www.nerte.blogspot.com
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