Al pie del monte
Al pie del monte
la brillante barba, la lasciva cabellera
brota
y se figura en bosque de crecida maraña,
de espinos y rosedal,
que trato de asaltar cada mañana.
Las quiméricas divinidades
cultivan sus pretensiones
en aquellos parajes
enrarecidos por la penumbra;
pero yo soy la luz con mis manos,
soy el mortal que no cree,
quien apunta al deseo siempre.
Por ello fugaz, por ello héroe,
cuando esparzo mi dorada saliva
y mi argentado sudor
sobre los cobrizos frutos de la salud
al expandir mis dominios
en la oscuridad de la fronda extendida.
Al pie del monte Sublime,
entre torrentes y bravatas,
también el mundo se derrama.
Godié
Animal que espera y avanza
que arrastra su lujuriosa barba
como su sombra,
como las palabras que lo
alcanzan.
Animal rústico,
navegante lascivo entre las huellas
del sopor,
desbocado murmurador
que exhala pájaros invisibles
en la mañana agreste;
inconsciente parodia de fantasma
que a jactancias aturde
la revolución de su cuerpo,
fingiendo demencia y dolor en la
profusa ramada.
Godié, biología reverberante,
persevera en la búsqueda
del silencio,
entra y sal de la onírica
curva refulgente:
Paralelo al analfabeta turquesa
refleja a la multitud ascética.
Animal inverosímil
con alma esotérica,
animal de descubrimiento
con nombre desconcertante
y disimulado,
reconoce el abatimiento
que anida entre los cabellos
de tu nonada,
de tu belleza asustada.
Persiguiendo la Luna
Es muy extraño eso de perseguir la Luna
A través de la ventanilla del auto,
Para que en cada vuelta de esquina
Sea ella quien te persiga
Respirando y desordenándote la nuca,
Cuando en otra vuelta de esquina
Seamos los dos, par a la par,
Persiguiendo al pájaro bergamota
Que del horizonte despierta.
Qué extraño es eso de perseguir la Luna
En cada quiebre de vida
Ya llegado el día y fugada la sombra.
Asterión
Encuéntrame catorce pasos a la izquierda
Por el laberinto y el pleamar amarillo
Buscando vírgenes y vocablos fugaces
Para maldecir mis abatidos genitales.
Hállame oculto entre los hilos del cosmos
Por todas las variantes y deseos
Buscando la raíz del planeta
En este pobre doble cuerpo.
Encuéntrame esperándote
Entre las advertencias y el desvelo
Para que ninguna de mis noches sea completa
Salvo en la oscurecida marea de mi miedo.
Sociedad Elefante Número 6 (diciembre 2001). El aniversario. De esta última plaqueta debo resaltar dos cosas: la impecable editorial que escribí y la presentación de dos entrañables amigos: Dante Ayllón y Francisco Izquierdo. Aquí mis poemas obedecieron por última vez la “manera elefante” de escribir. No sé si ahora, a la distancia, deba reír o renegar de ese proceso creativo colectivo. Quizás lo más acertado sea dejarlo ahí, libre de etiqueta, para que los amigos que me acompañaron en esa época recuerden, independientemente de los afectos, el valor y la calidad de dichos textos y experiencias. Bueno, todavía no me puedo quitar esa vanidad paquidérmica (que quizás me sepulte en vida), después de tanto bogar en contra de la corriente –y fuera de ella-.
El siguiente paso, el que marcó el fin de esta experiencia grupal, fue la publicación del conjunto de poemas que reuní bajo el título “Mitsuya Nicolás y otros poemas” (diciembre de 2002), que a la postre reconozco como mi primer esfuerzo de armar un proyecto poético serio y a gusto. Ese libro bifronte (dos cabezas o dos libros en un solo cuerpo) lo compartí con mi hermano del alma José Agustín Haya de la Torre. Ahí se acabó Sociedad Elefante.
Todo lo demás guarde honorablemente los varios kilos de polvo que el olvido sabe depositar sobre lo ya vivido.
Diego Alonso Sánchez Barrueto