La comunicación imposible

Intentos y otros

11 julio, 2007

Los bajos fondos del cielo

Desde el cielo jaspeado y lleno de montañas de Abisinia, donde
Arthur Rimbaud pronunciaba la poesía que nacía en el marfil de los elefantes y en la agreste sonrisa de las esclavas que paseaban sus cuerpos desnudos por África;

desde el cielo monacal y santificado de una misa in scene de
William Blake, donde se asomaban serafines armados de pipas de opio y arcángeles sosteniendo blasfemias y versos y mandobles de acero;

desde el cielo de los cuartuchos oscuros pero radiantes donde se
encerraba el fantasma de Paul Verlaine a concluir su vida dentro del sueño que le daba el ajenjo, su novia verde y meliflua;

desde el cielo apocalíptico de Charles Baudelaire, donde el poeta
navegaba a contraviento de los muslos deslumbrantes de su amante negra, echando al mar pétalos de flores pútridas y escandalosas;

desde el cielo lleno de rock y ácido lisérgico de William Barroughs,
donde se le podía ver por una alameda de ficus dorados sosteniendo del brazo a pálidos adolescentes y también a su amigo David Bowie;

desde el cielo sísmico de San Francisco donde moraban los buses
psicodélicos envueltos en nubes de mórbido humo de marihuana, donde Allen Ginsberg escribía sus Reality Sandwichs y soñaba con la barba dislocada de Martín Adan en un lejano país llamado Perú, al borde de la Estación de Desamparados;

desde el cielo de Lima donde los poetas de Hora Zero disparaban
bengalas para hacer manar sangre y poesía a sus muchachas, donde todo amor era poco y para remediarlo estaba la literatura descalza y en jeans gastados, caminando por la noche tramontana de las calles llenas de prostitutas y mendigos;

desde el cielo con música celeste, callejones y orines;

desde el cielo con botellas de ron y tantas pintas de cerveza como
en un mar enloquecido;
desde el cielo sin ruindad y con escaparates donde duermen joyas,
albos vestidos y frituras del Jirón de la Unión;

desde el firmamento del Universo y su inefable último deseo,
ahora, aquí, entre nosotros, habita Los bajos fondos del cielo del poeta Bernardo Álvarez, libro sagrado, poesía de magna adolescencia, donde están las calles de la ciudad y sus armónicas comparsas, sus habitantes y todos los forasteros del mundo que le disputan un pequeño lugar a las madrugadas y a la arrogancia eléctrica de sus microbuses;

hoy, desde aquí, en el Bar Yacana, la noche ya nunca más se
privará de su etérea fosforescencia ni de su bálsamo de lujuria ni de su pulcro caos, pues tenemos el libro de Bernardo Álvarez que aquí se presenta.

Gloria, hosanna, alabemos al creador, al poeta en su apocalíptico
acto de iluminación.

ENRIQUE SÁNCHEZ HERNANI
Lima, 6 de julio de 2007

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