La cometa
La ceremonia estaba condicionada al viento de esa mañana, haciendo de nuestras acciones una urdimbre suave de miradas hacia el cielo tratando de encontrar un espacio vacío y propio.
Acondicionamos la cometa y la hilamos a nuestro insondable amor filial. Nicolás –mi niño- esperaba que del cordel partieran nuestros deseos más puros para ser correctamente invocados bajo el celaje de aquel día de septiembre. Habíamos bebido mucha muerte y tristeza en agosto y la cometa tenía que imponerse al clima frío y al temor de nuestros seres queridos. Teníamos que volar con ella y orar para que no cayera en el infortunio de nuestra especie y su terrible fragilidad.
Así voló. Y se mantuvo sobre nuestras cabezas bastante tiempo, el suficiente.
Luego la necesidad de Nicolás de dulce y sus ganas de desordenar el mundo –bajo su adorable impaciencia de niño de siete años- concluyeron el rito. La altísima mirada de Eolo soplador, inmediatamente, extinguió la mañana.
De regreso a casa mi hijo cantaba mientras veía por la ventana del auto como se desordenaban las nubes de la tarde. Yo, en silencio, pensaba en este poema:
Así voló. Y se mantuvo sobre nuestras cabezas bastante tiempo, el suficiente.
Luego la necesidad de Nicolás de dulce y sus ganas de desordenar el mundo –bajo su adorable impaciencia de niño de siete años- concluyeron el rito. La altísima mirada de Eolo soplador, inmediatamente, extinguió la mañana.
De regreso a casa mi hijo cantaba mientras veía por la ventana del auto como se desordenaban las nubes de la tarde. Yo, en silencio, pensaba en este poema:
El cielo en septiembre
es más cercano
que en agosto.
es más cercano
que en agosto.
El viento es otro
y otra es nuestra oración.
1 Comentarios:
A la/s 18/9/08 9:10 p. m., Unknown dijo...
Los versos finales son buenísimos, hermano.
Miguel
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